El lunes quise decir que hay ocasiones en que es posible que haya instantes en que no necesite nada más, cuando tus ojos me abrazan y yo soy capaz de mirarte con mis manos.Pero eso seguía siendo una de las tantas mentiras con que me he venido relacionando. Sé que mi puerta no tiene timbre, por eso han entrado muchas personas sin llamar.
Me preguntaron quién me había robado el mes de abril (como la canción de Serrano), yo no supe contestar, porque no lo tengo claro aun. Fue por eso, que rápidamente –y ocupando lo poco de instinto que me queda- repliqué la perrunita con un inteligente- ¿Te preguntaste como pudo sucederte a ti?
Y allí nos encontrábamos ella y yo. Ambos abatidos por nuestra mala fortuna. Rodeados de amor irracional, desenvuelto en una noche de trova en ese clásico bar de la Plaza Ñuñoa. Estábamos alegres desde las doce y media, porque una hora más tarde comenzaríamos un viaje. Sin saberlo.
No pienso contar nada más porque lo último que hice fue dejar esa puerta abierta, de ese extraordinario automóvil. Me gusta el aire, me dijeron fumando un cigarro de ricachones. Me gusta el humo, replique al instante.
Porque desde un tiempo a esta parte cuando busco escuchar un “te quiero”, con desesperación, es porque no me lo diría a mi mismo.
Ya no importa que mientan. Así es, porque no tengo reparos en engañarme o proyectarme guillotinas con los fanales atados, y abrazo la vida que es sólo mía.
Camino por lugares nuevos con el corazón sonriente. Eso, para hacer creer que me encuentro bien, aunque sea por primera vez. Ayer me dijeron que mi problema era intentar eludir la culpa que siento, por el constante abandono en el que me visto envuelto.
El problema radica en que cuando busco escuchar un te quiero con desesperación, siempre esperan también uno de mi parte. Y yo no me olvido cuando pedí un vaso con agua y me lo dieron hasta la mitad, para que me fuera luego.
Actualmente estoy dedicado a otros menesteres: a lanzarme cuchillos con los ojos vendados.







