
Los árboles del parque San Borja fueron testigos de la historia de ese hombre que se enamoraba de esa mujer, así como casi todas las historias.
El muchacho esperaba impaciente, prendiendo uno y otro cigarrillo. Todo cambió cuando a lo lejos, su rostro se desfiguró de felicidad; a lo lejos venía caminando cadenciosamente su bella, pequeña y sensata princesa.
El abrazo fue furioso, volando desde el propio aire que ellos giraban tal como se hace volar un juego de sufridos hijos. El beso selló todo.
El bolso estilo cartero voló por los aires para luego caer en el pasto reseco. La tierra se encontraba húmeda, así como los calzoncillos del muchacho. Así, como el colaless de la chica.
Ambas manos recorrían sus rostros como si no se conocieran. Sus almas se torcían como la culebra que los obligaba a seducirse en ese lugar, a esa hora, en ese mes y es día.
Todo cambio de repente, se tornó nublado y sugerente. La ambición de ambos ojos estalló para nunca más seguir viviendo ese momento. Comenzó a hacer un frío intenso que calaba los huesos.
Las lágrimas se derramaron al instante en que me paré de esa banca. Era hora de partir y escribir sobre lo que no tengo. Sobre lo insufrible que se torna cuando no se tiene lo que se envidia. Abrí esa barra de chocolate con coco y emprendí el rumbo a una buena cerveza.
Las despedidas tienen un protocolo que se cumple al pie de la letra. Es un contrato intrínseco que firma cada individuo.
Una vez escuché a alguien decir que el amor era eterno mientras dura. Y ese beso fue eterno en mis pupilas. Aún lo recuerdo. Aún lo saboreo. Y sin haberlo dado.
El muchacho esperaba impaciente, prendiendo uno y otro cigarrillo. Todo cambió cuando a lo lejos, su rostro se desfiguró de felicidad; a lo lejos venía caminando cadenciosamente su bella, pequeña y sensata princesa.
El abrazo fue furioso, volando desde el propio aire que ellos giraban tal como se hace volar un juego de sufridos hijos. El beso selló todo.
El bolso estilo cartero voló por los aires para luego caer en el pasto reseco. La tierra se encontraba húmeda, así como los calzoncillos del muchacho. Así, como el colaless de la chica.
Ambas manos recorrían sus rostros como si no se conocieran. Sus almas se torcían como la culebra que los obligaba a seducirse en ese lugar, a esa hora, en ese mes y es día.
Todo cambio de repente, se tornó nublado y sugerente. La ambición de ambos ojos estalló para nunca más seguir viviendo ese momento. Comenzó a hacer un frío intenso que calaba los huesos.
Las lágrimas se derramaron al instante en que me paré de esa banca. Era hora de partir y escribir sobre lo que no tengo. Sobre lo insufrible que se torna cuando no se tiene lo que se envidia. Abrí esa barra de chocolate con coco y emprendí el rumbo a una buena cerveza.
Las despedidas tienen un protocolo que se cumple al pie de la letra. Es un contrato intrínseco que firma cada individuo.
Una vez escuché a alguien decir que el amor era eterno mientras dura. Y ese beso fue eterno en mis pupilas. Aún lo recuerdo. Aún lo saboreo. Y sin haberlo dado.