domingo, julio 23, 2006

Ombligos...


Y hemos vuelto a hacerlo. Siempre remato mis ganas de mujeres en su ombligo. Esa pequeña cuenca que me llama a degustarla con una muy caliente lengua. Olores y sabores aparecen instantáneamente cuando después de frotar mi sexo en tu cuerpo llegó a ese pequeño amigo.

La conversación de mi lengua con los ombligos parece la de dos premios nobeles de literatura. Se comunican perfectamente y bailan al rito del movimiento de nuestras caderas. Sudorosos cuerpos que se desenvuelven en una instancia. Nada más que una instancia.

Para después despedirse y olvidarse como tantas veces lo han hecho. Y verse en la calle y no reconocerse.

Olvido la última vez en que aparecieron esos miedos y desabrochando una cremallera relegué ese saludo tan particular.Lo he hecho mil veces. Simplemente porque me gusta bailar en esa nave de olvidos llamada excitación.

Camino por Santiago y esas mujeres me muestran su sexualidad viva. Pero nada me importa más que los ombligos. Orificio lleno de vida. Donde el cordón umbilical de tu madre te alimentó y fluyó una nueva mujer a este país.

Una gran amante o simplemente otra degustación para mi lengua. Comprendí que uno que se hace llamar Dios me ha invitado a caer mil veces. Los misterios de tus ojos me hablan tantos períodos como los de vuestra menstruación.

La canción más triste que he escuchado últimamente se ha vuelto un hits de aquellos que te abandonan simplemente cuando suenan en mi equipo multidigital. Jamás me han besado mi ombligo. No lo permitiría porque esa sensación la regalo a la que me aguante en esa performance. Actualmente son pocas.

Una vez me dijeron que me recomendarían como amante. Nunca lo he creído, porque me jacto antes mis amigos que mi sexualidad es simplemente lo que aparece en mi carnet de identidad. Quizás soy un poco mezquino en confesar que he venido al mundo a hacer felices a la s mujeres que me aguantan y no aburro.

Bajo rápido desde tu cuello hasta esa zona, que con los años se ha trasformado en una suerte de recuperación de lo prohibido. Y el fornicar no importa más que la propia esperanza de llegar a esa luna. Esa luna llena de epopeyas románticas y sensaciones más inexplicables que la misma matriz.

Hoy por estos días, mi lengua llora desconsoladamente en los parques chilenos. No ha encontrado un nuevo ombligo. El sol se ha posado fuertemente sobre la punta de mi cabeza. Y digo a los siete vientos que extraño todos los ombligos. Sin ellos, mi lengua no dice nada.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Jajaja...

Me gustaría que tu lengua volviera a probar mi ombligo...

Sabes donde encontrarme.

Anónimo dijo...

la lengua de este mentor, debe quedarse donde corresponde.

Animo, amigo Andrés.

Partituras Inconclusas dijo...

jaja