jueves, julio 20, 2006

Mi corazón desnudo...


El poema decía algo así como “te daría tantos besos como niños nacen en la India”, y estaba escrito en un papel viejo que mi padre guardaba entre recortes de diarios y revistas amarillentas. Algo así como fósiles literarios.

Esos eran sus pequeños tesoros, sus bellos recuerdos de esos años en que vivió como si fueran los últimos que le quedaban, y en que se armaba de la fuerza necesaria para estar vivo frente a la vorágine de la muerte.

El nunca cuenta nada. Cada cierto tiempo viene alguno que otro amigo de esos años a la casa, y hacen recuerdos alegres, como si nada de eso que les arrebató amigos, que les provocó dolor, que los hizo vivir en el borde del miedo y que los hizo enamorarse de mujeres que estuvieran dispuestas a perderlo todo, fuera algo duro.

Incluso, algunas veces le ha dicho a un par de ellos que fueron sus mejores años, que la gente que conoció y con los que compartió todavía mantiene el mismo brillo en los ojos. Una de ellas es mi madre, quien cumple esa doble condición.

En esos recortes viejos hay también una tarjeta. Es rara, parece una postal y tiene todo el estilo new wave de esos años, en que lo lana se cruzó con lo oscuro y colorido de lo post punk.

En ella aparece una muchacha que mira al frente con un rostro marcado por la ambigüedad, donde su sonrisa no se sabe que indica. En el reverso mi padre esbozó una hermosa dedicatoria donde nos expresa (a mi madre y a mí) con esas estructuras literarias que sólo él sabe elaborar, algo que cada vez que leo es como si viajara en el tiempo hacia esos años.

En esa misma caja de recuerdos hay unas fotos en blanco y negro, donde la belleza se instala como una tarde de invierno. Allí estamos todos, allí están esos amigos que ahora no son viejos, pero que ya no son jóvenes.

Allí están otros textos con historias increíbles. Allí descansan unas palabras que mi madre sólo entiende y unos nombres ficticios que todavía ocupan cuando hacen sus recuerdos. Allí están, también, algunas cosas que él le llevaba a la cárcel a ella.

Junto a esos papeles están los discos (cassettes en su mayoría) que se compraron por primera vez juntos, o que se regalaron en distintas oportunidades.

En algunos de ellos hay unos pequeños elementos que algo evocan: un estuche de palillos de comida japonesa, un papel que dice TE AMO, una boleta del Mulato Gil, un ticket de un concierto de UPA, un afiche de Electrodomésticos... y más.

Son recuerdos. Son parte de mi historia. Es lo que cada cierto tiempo busco para entender lo que hoy ocurre. Son pequeñas cosas que no se han perdido, que se mantienen como la foto de este muchacho, que puedo ser yo, que pudo haber sido mi padre, o que representaba la belleza particular y perdida de esos años.

Hoy todo es distinto. Yo no tengo recuerdo de nadie. Ni siquiera de los buenos momentos, tampoco de los malos. Ya pocas cosas me importan. Prometí no volver a escribirle a nadie pero sé que es imposible, porque Santiago es un pañuelo y en cada rincón de éste me encuentro con esos fantasmas.

Que me asustan con una sonrisa y después de marchan.

2 comentarios:

Partituras Inconclusas dijo...

Y yo que me pasé la vida buscando historias en la calle, cuando tenía una maravillosa en mi propia casa.

Buena suerte, reporteros.

Lilo dijo...

wow!! You'are really, really great...
thank's for give us that...
I love you, so much... my little rabbit...
Y gracias también por todas las cosas que guardo de nuestra infancia...