jueves, julio 27, 2006

Mal sueño...


Me encontraba sentado en uno de los deslucidos bancos en el sexto piso de la Posta Central. Porque la muerte rondaba a mis amigos. Un libro de Benedetti acompañaba la esperanza que los balazos fueran la excusa necesaria para olvidar la borrachera anterior.

Camillas iban y venían como asegurando que nada estaba escritos en algún libro de la facultad donde improvisábamos el estudio. Hombres y mujeres de blanco parecen panaderos de la salud. Caras tristes. Caras cansadas. Caras llenas de mugre, sangre, apositos, yodo y muerte.

Y tu madre lloraba desconsoladamente la lamentable situación acontecida. Tu novia miraba cada cuadrito de las paredes; los contaba y en ellos buscaba las respuestas esperadas. Tu padre no paraba de fumar cada cigarro de su cajetilla... y de la mía.

Sentado junto a mi libro de Benedetti quería saber la mejor noticia de todas. Esa que me diría que estabas vivo, que saldrías mañana. Que podrías seguir amando a tu mujer. Que volveríamos a buscar la revancha al mismo local de trasnoche. En ese que nos habían matado a los dos.

En el Santiago nocturno que tanto nos gusta, llueve muy fuerte, creo que es la primera lluvia de este invierno que se nos viene encima. En el piso, al lado de cuatro asientos hay una pequeña puerta con una ventana entre abierta.

De ella sale luz. Y música. Los llantos de tu madre se escuchan a lo lejos. En ellos escuchó a tu hijo que te dice: papito, no te vallas sin despedirte.

Me dice: tío porque fueron a matarse en vida. Olvídense de todo y sonrían como los niños lo hacemos.

Marco Antonio Solís suena de fondo.

Son la doce treinta. Tengo mucho sueño. El libro de Benedetti me acuerda de aquellas manos y aquella mujer. Pienso en viajes e historias.

Hasta que te vi pasar. Vestías el típico delantal blanco que usan todos los funcionarios de la salud chilena. Eres morena, ondulada, y de hermosos ojos. Grandes pestañas, labios rozados. Por momentos me hiciste recordar a Britney Spears.

Sentado tan cerca de ti y no nos conocimos, o quizás no se pudo. Por un momento grité que ese recinto insalubre era hermoso. Suave. Tú tostado de niña rica asistente del solarium. Te acercaste a esa ventana y dijiste:

- Hola señora María, como está.
- Bien mijita y usted – te contestaron.
- Tiene Bextra en 12mm. Y tiene apositos.
- Si – te contestaron de nuevo.
- Quiero cuatro de los dos, porfis...

Y me miraste. Me percaté. Sentí que mi corazón palpitó más rápido que de costumbre. Y te fuiste y me mentí nuevamente.

Los sollozos de la progenitora de Renato eran una oda a los escritos. Las madres perdonan siempre. Soñé un tec, cerrado. Para ocupar ese tal Bextra.

Fue en ese instante en que desperté mirando al techo; la pierna derecha destrozada, con quince puntos en mi cabeza y con la boca llena de vidrios...

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