martes, junio 06, 2006

No Todo está perdido: La otra Superpotencia eres Tú. (Cap. I)

Aída Moreno es una mujer que reside en la comuna de Renca. Incansable dirigente social de la población Huamachuco 2, participa en el Centro de Formación, Capacitación y Servicios Comunitarios “Casa de la Mujer Pobladora de Huamachuco”; y esta es su historia.

Al integrarme como colaborador de la página Web www.asosiatividad.cl en la Corporación La Morada, se me encomendó la tarea de trabajar en las llamadas “Biografías Territoriales”. Proyecto que organizó a ocho agrupaciones de mujeres para tratar el tema de las violencias, en sus diferentes formas de expresión, ya sea en la búsqueda de de soluciones frente a problemas e intereses comunes asociados a la pobreza, mejoramiento en sus condiciones de vida, acceso a servicios, ejercicios de derechos y generación de oportunidades laborales.

Muchas de ellas escribieron sobre lo trascendental que fue para sus vidas la transformación sus territorios o como su existencia inevitablemente se transformó en un mal sueño, al convivir con un agresor. Pero de todas las historias, la que más sorprendió, fue la de Aída Moreno Reyes.

Inagotable mujer pobladora que tras varios años de constante esfuerzo, supo sacar adelante uno de sus más grandes sueños. Crear la Corporación Casa de la Mujer de Huamachuco. Este es su relato…

UNA HISTORIA COMO MUCHAS


Estoy en la Casa de la Mujer de Huamachuco; recordando. Quiero contar como se formó esta organización, pero haciendo historia, no puedo dejar de contar cómo nace mi población, ya que es parte de mi propia historia. Creo que para los adultos será muy lindo rememorar esos tiempos tan llenos de esperanza, y para los jóvenes que no la conocen, será muy bueno que sepan el gran sacrificio que significó a los padres o abuelos tener un pedazo de tierra que es donde hoy algunos vivimos con hijos, nietos, nueras o yernos. Para mí es muy importante hablar de Huamachuco y como nace mi amada población, me llena de recuerdos, nostalgia y a pesar que no teníamos nada ¡éramos tan felices!, sentencia Aída Moreno.

Los primeros pasos de la organización nacen con la creación de un “Comité sin Casa” formado en su mayoría por trabajadores que pertenecían a fábricas cercanas como Algodones Hirmás, Metalúrgica Assa y otros. Los primeros pobladores llegaron a cuidar sus sitios “a los pies del Cerro de Renca”. Se vinieron en carpa al costado del cerro y entre ellos se formaron “Comités de Vigilancia”. Estos terrenos eran chacras y viñas. Una vez entregadas los sitios, empezaron a venirse las familias, instalando sus primeras mediaguas y se dio inicio a la primera junta de vecinos siendo presidente Don Alejandro Olivares: “Un viejo Socialista”.

En esos tiempos estábamos tan felices con nuestro sitios; no teníamos agua ni luz, en realidad nada, ¡pero todo!, ya que el sueño de un sitio era lo máximo que podíamos tener.

Eran familias jóvenes con niños pequeños, los que anteriormente habían vivido allegadas con familiares o arrendando y tenían la experiencia de sentir que en todas partes los menores estorbaban.

Ahora nadie iba a humillarnos ni a echar a nuestros hijos de su sitio. No contábamos con ningún servicio, pero había tanta solidaridad. Recuerdo que a veces venía un camión llamado “Cuba” que nos llenaba los tambores de agua (en cada casa tenían a la entrada del patio, un tambor para el agua) y cuando este camión no pasaba teníamos que ir a buscarla al paradero 14.

Hacíamos largas colas con tarros de lata, de esos de manteca que se les ponía un alambre como arco para tomarlo y para que no nos dolieran las manos le poníamos una manilla de un pedazo de manguera, pero ahí nos conocíamos con los vecinos y compartíamos tantas ilusiones, ya que se decía que íbamos a tener la construcción de nuestras casas por el programa de Coravit, la Operación sitio y Auto Construcción en donde todos íbamos a hacer nuestras casas, recuerda con un dejo de nostalgia Aída Moreno

En el año 71 también se crea el “Centro de Madres Villa Huamachuco”, también protagonista en mi historia. En ese tiempo ya se había politizado la Organización de vecinos y hacían fuerza en la dirección los grupos de izquierda. Asistíamos a las reuniones unas 300 o 400 personas, que nos juntábamos en un galpón (anterior barraca de madera en este mismo terreno) y ahí les hablábamos a los vecinos de las luchas por las necesidades básicas, como por ejemplo, escuela para nuestros hijos o los servicios básicos que necesitábamos (agua, luz, teléfono, consultorio de salud, locomoción y otros).

Es así como se empieza a tener una participación activa increíble de parte de los pobladores en la búsqueda de soluciones.

Con la mirada fija puesta en los recuerdos de hace más de 35 años, Aída Moreno, se esfuerza en seguir recordando sobre su propia historia. Aquellas historias que solamente conocen hombres y mujeres que queriendo cumplir sus sueños, lo dan todo, a cambio de un simple lugar, donde existir.

LA TOMA DE TERRENO PARA LA ESCUELA

El lugar donde hoy está ubicado el colegio, antiguamente se ocupaba para guardar materiales de construcción. Se nos dijo que eran para nuestro colegio y los vecinos ayudaban a descargar los materiales todas las tardes después que llegaban de su trabajo cansados, pero como se decía que era para nosotros, nuestros vecinos lo hacían con mucho sacrificio sin darnos cuenta que nos estaban engañando sobre los materiales y el terreno solo para que cuidáramos y ayudáramos a descargarlos, nos comenta la protagonista.

Cuando se los empezaron a llevar muy rápido se corrió la voz y esperamos que llegaran los maridos para iniciar una acción, lo que se acordó fue hacer una toma del lugar sin dejar sacar los materiales, así que retuvimos los camiones con chóferes y todo para presionar a las autoridades. Nosotras les decíamos a los chóferes que con ellos no teníamos nada que ver, pero nos tenían que apoyar para lograr que se nos respetara lo que nos prometieron desde un principio los anteriores dirigentes. En ese tiempo ya estos pobladores tenían nueva directiva en la junta de vecinos, quedando como presidente el Sr. Ortiz, secretario el Sr. Rudolf y tesorero el Sr. Benavente.

En realidad, esta directiva fue mejor que la anterior ya que estaban en todas con nosotras. Las mujeres para apoyar la toma juntamos leña he hicimos una gran fogata y llevamos a los niños con carteles que decían: “Queremos Escuela”. Con banderas chilenas también acarreamos teteras, café, recolectamos pan en los negocios y alimentos he hicimos una olla Común para compartir todos, armamos carpa para cuidar en la noche a los niños y nos dispusimos a dar todo nuestro apoyo para defender el terreno y los materiales para nuestra Escuela.

Los dirigentes se organizaron con cartas firmadas por los vecinos, para llevárselas al Comisario, a la Intendencia, al Serviu y al Ministerio de educación. Nosotras las mujeres mientras tanto, cuidábamos el terreno y los materiales hasta que llegaron con una delegación desde los Ministerios correspondientes y con prensa y en presencia de todos los pobladores, nos firmaron el acuerdo de que en ese terreno se construiría nuestra Escuela Básica, inicialmente llamada Escuela E-340 y hoy llamada “General Alejandro Gorostiaga Orrego”, en honor a un glorioso General que peleó en la Batalla de Huamachuco.

El Centro de Formación, Capacitación y Servicios Comunitarios “Casa de la Mujer Pobladora de Huamachuco”, es una organización social sin fines de lucro, fundada el 7 de marzo de 1989. Este centro posee personalidad jurídica y presta servicios a las poblaciones Huamachuco 1, 2 y 3 de la comuna de Renca.

La Casa de la Mujer Huamachuco, a través de su trabajo busca dignificar a las mujeres, capacitar y entregar formación en desarrollo personal y servicios a la comunidad.

LA TOMA DE BODEGA PARA CONSULTORIO

Había una bodega en donde se guardaban herramientas de los que marcaron los terrenos, y como no teníamos un lugar donde se realizara el control de salud y la entrega de leche a nuestros hijos, teníamos que llevarlos a Quilicura y a veces venía una camioneta a entregar la leche en la calle. El Centro de madres con la Junta de vecinos, nos pusimos de acuerdo para tomarnos esa bodega. Así que nos organizamos y una mañana muy temprano llegamos al lugar y entrando por una ventana se abrió la bodega y se instaló la bandera chilena para habilitarla como box de salud donde se iniciara un centro de salud para Huamachuco, más tarde, Centro de Salud Huamachuco. Así también fue con la camioneta del teléfono: (público) que fue instalado en la casa de la tesorera de la junta de vecinos. Hubo que hacer lo mismo con los micros que no se atrevían a entrar a Huamachuco, y ahora contamos con 4 líneas de movilización. En esos tiempos éramos más valientes que ahora, nos cuenta Aída Moreno.

Uno de los logros más significativos que enorgullecen a nuestra protagonista es, el contar como fue puesto en marcha lo que es actualmente el consultorio de la población Huamachuco. Aída Moreno fue la responsable directa de la instalación de este centro asistencial en la población.

Pero todo esto tiene una respuesta. Un 11 de septiembre de 1973 las sorprendió el Golpe Militar y empezaron los militares a buscar las cabezas, especialmente de los dirigentes. Fue ahí donde empieza la pesadilla: allanamientos, miedo, terror, desconfianza, persecución, cesantía y todo lo que conocemos de esta historia chilena.

En ese entonces, las mujeres fueron invitadas por los sacerdotes canadienses, Andrés Drapeu y Rene Lapoint a conversar por primera vez en la parroquia Jesús Carpintero para compartir lo que estaba pasando en cada una de ellas. En el ambiente de esos años había mucha desconfianza y costaba hablar de temas como por ejemplo, sus maridos y familiares cesantes. Había demasiada represión.

Las mujeres empezamos a reunirnos y la Vicaria de la Solidaridad (en esos años atendidas por Gloria Torres; abogada y Eliana Zúñiga; asistente social.) nos daba capacitación en desarrollo personal a través de un Grupo Popular de Mujeres llamado Huamachuco. Recuerdo que al mes de haber entrado al grupo fui elegida presidenta, también recuerdo que una de las primeras charlas de economía la dio la conocida Sra. Teresa Valdez de la FLAXO. Por la Vicaria realizamos encuestas para saber como sobrevivían las familias.

Fue fuerte comprobar que nuestra gente, nuestras vecinas, compartían los basurales para poder comer, ya que desde los supermercados venían a botar los alimentos vencidos, se peleaban por los espacios, otras sobrevivían de la prostitución. La Vicaria nos dio el impulso para iniciar los comedores comunitarios, más tarde llamados Ollas Comunes, las cuales fueron un incentivo para seguir participando, ya que teníamos tantas cosas que aprender como mujeres. Fue muy duro entender que no teníamos un espacio para nosotras dentro de nuestras casas, y más aún descubrir a través de talleres de desarrollo personal que no había nada grato que recordar de nuestra adolescencia o que estabas viviendo con tu propio violador.

Fue ese el motor de partida para las mujeres de Huamachuco (la toma de conciencia). Seguían buscando espacios y formando los primeros grupos de salud alternativos para apoyar a las personas que no tenían donde atenderse. Ahí fue donde aprendieron el verdadero concepto de la salud y daban charlas en jardines y colegios para dar a conocer lo que significaba tener una vida plena con una buena salud y con sus necesidades básicas.

Esas fueron oportunidades para darnos a conocer como lideres en nuestra comunidad. Pasaron los años y cada día con más compromisos y aprendizajes, irrumpiendo en otros grupos, siendo protagonistas de muchas luchas por la dignidad de la mujer, participando activamente en marchas y protestas y demandando al municipio por una mejor salud, educación y trabajo para nuestra comuna.

En ese recorrido tuvieron la posibilidad de participar a nivel comunal en una organización llamada “MOMUPO” (Movimiento de Mujeres Pobladoras) a nivel zonal, lo que fue una gran escuela. Esto les sirvió para conocer a mucha gente importante y tomarlo como un aprendizaje, además de replicar lo aprendido y no repetir los errores.

Esta experiencia fue muy valiosa para mí. Me llevó a mirar esta población y empezar a plantearme desafíos, comunicando que aquí en Huamachuco necesitábamos tener una Casa para la Mujeres. Jamás perdí la esperanza, ya que me sentía capaz y sentía que una casa cerca de las mujeres que necesitan apoyo era una necesidad. Cuando uno habla de la mujer nueva, está hablando de que recién sale de su casa y es difícil que pueda salir, tomar una micro o ir lejos de su hogar.

Hay muchas mujeres que pierden la oportunidad de contar con espacios. Primero fueron solo sueños, sueños de contar con una casa para las mujeres pobladoras, un espacio para crecer juntas en pos de la dignificación de la Mujer, para reír o llorar.

En 1980, luego de un gran tiempo de estar organizadas en grupos populares, a través del grupo de Mujeres “Nueva Esperanza” y buscando distintas formas de sobrevivencia, llega una buena noticia. Como reconocimiento a la participación por medio de la Vicaria de la Solidaridad, se les da la oportunidad de capacitarse en un taller de arpilleras. Cerca de dos kilómetros eran lo que recorrían estas mujeres para llegar a su taller que estaba ubicado en la Parroquia del Señor de Renca.

Íbamos dos veces por semana desde las 9 a las 13 hrs. La profesora era una reconocida artesana llamada Valentina Balbontine. Esta fue la verdadera buena nueva ya que era la oportunidad de aprender un oficio y no daba la oportunidad de apoyarnos económicamente.

Se nos dijo que no era para cualquier persona, y que nosotras éramos beneficiadas por estar organizadas, por lo tanto esta era una herramienta de comunicación y también laboral. La Profesora nos dijo que empezáramos a observarlo todo y nos pidó que nombráramos lo que veíamos en la sala. De eso se trata la arpillera: registra un momento.

Este taller fue la salvación para muchas de nuestras familias, ya que pudimos vender muchas arpilleras y volcar todas nuestras vivencias y las de nuestro país.

Aída Moreno comenta que sus trabajos fueron reconocidos, ya que los temas expresados eran los vividos de las protestas de denuncias, demandas de trabajo, salud, en fin.

Los sacerdotes de aquellos años, solidarizaron con estas mujeres enviando sus trabajos al extranjero. La Vicaria compraba mensualmente un tejido, pagando por él 600 pesos.

Recuerdo que una vez tuvimos la posibilidad de vender todas las que pudiéramos sacar en un mes. Yo con la ayuda de uno de mis hijos, trabajamos en la noche y sacamos 20, así que recibimos a pago $ 12.000 lo que serian en estos tiempos como $ 120.000. Les compré a mis cinco hijos de todo, ropa, zapatos y zapatillas y después fuimos a comer por primera vez a un restaurante pollo con papas fritas.

Nosotras a la arpillera la llamamos “Vida y Esperanza”, porque dábamos vida a los retazos de telas y de ropas usadas que van a la basura, dábamos vida y esperanza a nuestros hijos.

De las camisas viejas celestes del colegio hacíamos el cielo y de los pantalones que ya no usaban hacíamos la tierra. A veces nos cortaban la luz y cocíamos con vela y alrededor de una fogata cada día buscábamos leña para calentarnos en la noche ya que no teníamos para combustible. A través de la arpillera teníamos la esperanza de comunicar, de contar de la violencia, de nuestros derechos, nuestras denuncias.

Por aquellos años, la arpillera llegó a ser un medio de denuncia y las personas que las hacían, corrían riesgos ya que para las autoridades de la época, estos trabajos eran una suerte de forma comunicativa ya que mostraban una realidad: la cesantía, la falta de medicamento, la escasez de víveres eran las principales temáticas.

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