jueves, junio 22, 2006

Lo más bello, jamás visto...


Me contaron que de ese sexo salían los más siniestros y espeluznantes decesos para los hombres. Eran una suerte de oscuros colores de tu precaria alegría. En ese sexo se denotaban las nefastas imágenes que aparecían cuando al sudor de un movimiento al unísono, vuestra presencia hacía poesía por tus caderas. En ese sexo se entibiaba la presencia y la esperanza de un fornicador compulsivo.

Las alegrías se transformaban en una vagina sonriente. Una mezcla de pseudo ternura psicoanalizada que alcanzaba niveles de verga roja y gris más allá de la mera cópula. Y en ella me refugié por tanto tiempo. Precisamente porque había habido otra que no me quiso más.

Tú desnudes la ciento más viva que nunca. Era una suerte de catástrofes cotidianas. En ella, si se aprende, se sueña un mundo mejor para los muertos que te interrogan en la planicie del sueño. Te preguntas por el sentido de los cangrejos que te entorpecen la neurona del escape definitivo o tejes la red que te impide caer en los abismos del tedio, aunque igual caes y te revientas los ojos contra el pavimento.

Porque en tu vagina me crecieron las alas (de murciélago albino) con que vuelas siempre de regreso, obsesivamente a un nuevo desamor. En ella, sueñas y meditas y te embriagas de la belleza del mundo y del horror del mundo.

En tu vagina tuve la capacidad de planear las jugadas bestiales de tus oficio non sanctos y tu gnosis de perezosa embustera que era capaz de aliviarse en esta profundidad de verdad animal.

Sequé mis lágrimas de cocodrilo amaestrado en algún farandulero circo de mentiras o también llamado “el circo del desconsuelo”. Me favorecí con el secreto de todas las hembras y encontré el altar donde puedes oficiar tu patética liturgia de pobre diabla.

En tu vagina descansan las carátulas y te haces valiente y te vacías y agonizas y te vas y regresas y preguntas.

Y se la entregas nuevamente a ese con nombre de niño bueno, y te renuevas y te embelesas y te dejas digerir como un mal chicle y engullir y ofrendar y aprovechar y dejar entre renglones.

Tú vagina la conocí como aquel libro de Shakespeare a los nueve años. Como aquella vulva con sabor a fresas. Como las lágrimas relentadas. Como el fútbol agresivo. Como un reto sin vergüenza o como lo más bello jamás visto. Ahora todo es distinto porque tu rostro y tú vagina los cubres...

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Sin duda este es el texto más lindo jamás leido.

Te felicito.

Partituras Inconclusas dijo...

Gracias...