miércoles, mayo 24, 2006

Encuentro.


Se suponía que sería un fin de semanas como todos los demás. Tranquilo, sentado en aquella mesa que conociste, bebiendo de la misma cerveza negra y conversando con las mismas personas. Pero no fue así.
Apareciste, como eres, silenciosa y espontánea; tranquila y furibunda. Majestuosa y bella, sonriente y con sonrisas, transparente y brillante. En síntesis, mágica.

Como aquella última caperucita que había conocido y de la cual soñé que se ocuparía de mi casa y de la vuestra. De aquella caperucita que llora constantemente porque no puede volar con alas propias y busca el consuelo en las piernas. Esas propias lluvias oscuras de las cuales arrancamos constantemente.

Y te sentaste en aquella mesa, que conociste; al lado mío, como adivinando que mi nerviosismo sería una vez más mi error. Mi fatal error al interactuar con una mujer, con una princesa.

Tu rostro de perfil me mostraba solamente un espacio de tu alma, de tu inquietante alma. Tu rostro de perfil, me mostraba a aquella mujer de la que no me acuerdo. Esto, ya que apareció en el mismo instante en que te dije “Mi disco preferido es Principio de Incertidumbre, y mi canción favorita es Vértigo...”. Toda una tontera.

Y en este mismo momento en que té relato mi actual historia, suena aquella canción. Aquellas manos, aquella mujer, aquel invierno que no paraba de llover, perdona que llegue tan tarde, espero saber compensarte...”.

Y tú rostro lo conocí en el instante en que te bajaste del auto de mi amigo; allí conocí, tu porte, tu estampa, tus dedos y tus ojos. Allí me dije que era un afortunado al compartir la velada contigo, y en un vértigo.

Y el sábado fue ídem. Nervioso por los ojos de tu madre que miraban los míos cuando hablábamos. Y por aquel amigo, que conversaba de intelecto a intelecto. Por tu hermano menor que comía papas fritas o simplemente por mi amigo que miraba mi risa, mi alegría por estar allí, sentado otra vez al lado tuyo y en tu hogar.

Y la noche pasaba y pasaba. La plática fluía y fluía. Y mis ojos te miraban y brillaban. Y tus ojos me miraban y se ensuciaban. Pensé en mil cosas mientras hablabas.

Pensé en que era el momento de invitarte a mi vida para compartir caricias al hablar, agitadas siestas despiertas, alguna poesía o sopas de cebollas. Pensé que era el momento de mostrarte mi personal historia, mi mágico lugar llamado simplemente, “soledad”.

Pensé en por fin dejar el miedo en la noche y a la intemperie, para que el viento sur lo llevare tan lejos como pueda, y encontrarte en una nueva partitura, sin tus ecos, sin los míos, para recibirte cada día con más ganas y por supuesto sin pensar en lo eterno, que es la trampa.

Y luego de tu extraño mensaje de trasnoche, me inventé un posibilidad de conocerte, me inventé un cariño irracional, inventé un dolor que preguntaba por tu nombre.

Me inventé un sabor que no tengo, un llamado que no hiciste, una cadena perpetua y un destierro en tu corazón. Inventé un dolor desconocido, inventé un millón de amigos, inventé que era un gran bailarín, y que vivías frente a mí.

Inventé también un calor sin sudor, inventé que tus labios me sonreían y me mostraban una atadura de sentimientos, inventé que sería un buen comenzar el mes de los gatos, me inventé una fotografía y un camino a tu corazón.

Pero sé que la realidad es otra, porque al escribir esto, mis rodillas tiemblan como la jalea de mi madre, además, sé que con la música de Serrano a ti té vasta. Y necesitas a un amigo.

Y yo cerraré mis ojos y comenzaré a soñar que tú venías y apagabas el CD. Soñé que últimamente ando perdido y tengo un vértigo y además me enseñaste a otra vez amar tanto la vida. Tú me salvaste.

Y que somos una extraña pareja que se conoce. Y que en la zona cero tenemos una tierna y dulce historia de..... (Amigos).

Y aquellas tardes donde juntos a pájaros en la cabeza vivíamos cien días. Y borrábamos el principio de incertidumbre y las madres de la plaza de mayo se olvidaban de su pena y nos aplaudían. Y nos prenden su luz.

Y mi papá me contaba otra vez la misma historia, aquella historia que se relaciona con la forma como se debe tratar a una mujer. Eso de que se debe ser siempre un amigo, un hermano, un camarada, y a veces un hijo de puta. Se debe estar pendiente de la luz de la señorita de turno. Y amarla como no se pueda, es esa la forma como mi padre me ha enseñado a hacerme de amigas. Sólo amigas.

Pero volví a la realidad ya que me di cuenta que con la música de Serrano cerraba mis ojos y comenzaba a soñar que tú venías, apagabas el CD y me perdonabas por estas incoherencias que hoy te relato.

Y la realidad llegó, rápido, furiosa. Como dispuesta a seguir fumándose mi existencia. La realidad me mostró que no soy digno de nada, ni siquiera de un suspiro, ni siquiera de inventarme cosas. Porque creo estar pagando mis culpas de antes. De mujeres.

Y yo te dejo con tu vida, tu trabajo, tu gente, con tus puestas de sol y tus amaneceres. Sembrando tu confianza. Te dejo junto al mundo, derrotando imposibles, segura y asegurada.

Te dejo frente al mar, descifrándote sola, sin mi ayuda, sin mis preguntas a ciegas y sin mis respuestas rotas. Te dejo sin mis dudas, pobres y malheridas, sin mis inmadúrese y sin mi veteranía.

Pero no creas a pie juntillas todo, no creas nunca en este falso abandono, porque estaré donde menos lo esperes; por ejemplo, en un árbol añoso de oscuros cabeceos.

Esteré en un lejano horizonte, sin horas, sin días. Quizás estaré en la huella que quedó de mí. O en la huella de mi tacto, en tu sombra y en la mía. Y perdona por llagar tan temprano y no saber que hacer contigo.

Estaré repartido en cuatro o cinco niños, de esos que tú conoces, observas y enseñas. De aquellos que tú miras. Y enseguida te siguen y sonríen.

Todo esto, para que ojalá pueda estar, algún día de tu sueño en la red, esperando nuevamente tus ojos y mirándote.

Lo interesante de todo es que quedas en buenas manos. En las mejores. En manos conocidas. En manos amigas, en manos hermanas. Lo mejor de todo es que te sabrán aceptar, querer y respetar, tanto o más que yo. Así, simplemente, endulzándote la vida, como se le endulza a un diabético.

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