miércoles, mayo 24, 2006

El Músico de Jazz




Cuando la conocí tenía 16 años. Fuimos presentados en una fiesta, por un amigo que decía ser aquello. Ella era maravillosa, dulce, tierna, sencilla, además me representaba absolutamente en lo que en aquellos momentos necesitaba.
Por aquel entonces mi vida estaba llena de complicaciones. Por una parte se encontraba arraigada una mujer, la cual no me quería como yo la quería a ella. Estaba también la discordia de la vida, es decir saber si lo que estaba logrando era realmente lo que deseaba.
La música era mi única compañía. Los muchachos de la banda eran mi familia. El estar solo en Santiago es difícil, sobre todo cuando las posibilidades económicas no se abren, además de encontrar el amor. Cuando mi amigo Alfonso Domínguez me presentó a aquella señorita blanca como la nieve, hermosa, cristalina fue amor a primera vista.
Ella me enloquecía. Nuestro amor llegó a un punto, que ya no conseguía vivir sin ella. Pero era un amor prohibido. Digo prohibido básicamente porque me costaba estar sin ella, pero cuando la tenía las mismas complicaciones que me ayudaba a superar me hacían odiarla con todas mis fuerzas. Sabía que mis padres no la aceptarían.

Fui expulsado del colegio y empezamos a encontrarnos a escondidas. Pero ahí no aguanté más, me volví loco. Yo la quería, pero no la tenía. Yo no podía permitir que me apartaran de ella. Yo la amaba: destroce el auto de mi viejo, rompí todo dentro de casa y casi maté a mi hermana. Estaba loco, la necesitaba. Hoy tengo 39 años; fui un gran músico, toque el bajo por todo Chile, con mi banda “Manfredo´s Jazz”, ganábamos mucha plata. Toda ese dinero lo mal invertí, me enamoré de una “barrio bajera”. Aposté muchas veces a los caballos. Me junté con los rufianes más malos y desgraciados de todo Santiago.
Lamento sincerarme de esa manera, conocí lo más bajo que una persona puede conocer. Ahora estoy internado en un hospital, soy inútil y voy a morir abandonado por mis padres, amigos y por ella.

Su nombre se asemeja a las fantasías, a la locura, a la maldad, a la droga mas nefasta que se encuentra. Aquella señorita la cual les relato se llama Cocaína.
Si, la señora cocaína, la coca, el polvo, o como quieran llamarla me mato las ganas de sonar. Me quito mi talento para interpretar mis canciones. Y lo que me tiene más triste es que me cagó la vida.

Me dejo sin mis padres, sin mis amigos. Mi mujer se fue con otro. Estaba completamente solo. Escuchaba la música más triste que poseía. Me sentía realmente solo porque todo había terminado, me quedaba sin el amor de mi dulce Daniela, no tenía ganas vivir. Para mí, ya no salía el sol como antes. Mis ganas de droga eran más fuertes que mis ganas de música.
Mi pasión se había ido en cada rincón de esos lugares que frecuentaba. Mi locura y mi obsesión eran realmente mi condena, la maldición del polvo blanco me había matado. Tuve ganas de liquidar mi existencia mil veces. Tuve ganas de acabar con esta patética vida. Deambulaba por las calles del inhóspito Santiago, buscando respuestas.

La poca plata que tenía, la gastaba en putas y penas. Además del consumo habitual que debía tener. El cuerpo me lo pedía. Un día caminaba por Macul con Américo Vespucio, muy cerca donde vive mi amada Daniela. Fumaba el último cigarrillo de mi cajetilla.
Deseaba encontrarme con mi dulce flor. Eran las siete de la tarde de un día cualquiera. Al estar pendiente de esa casa ubicada en la calle Tejas Marbella veo salir a mi musa con su actual pololo.

Un tipo alto, flaco, narigón, con un pircing bajo sus labios, un muchacho estilo Lucybell, o algo así. Eran felices, así se veían, justo en ese momento llegaba la eutanasia de un amor nuevo. Justo en ese momento a mi cabeza vinieron imágenes y palabras de gente. Ahí me di cuenta que no soy un pesimista, sino que un optimista bien informado.
Mi existencia cambio radicalmente, más era la angustia, sin su amor mi vida era como un camino sin final. Sería como un amante sin amada, una puta sin dulzura o un invierno con sol. Sería un chileno feliz, un Santiago limpio, una madre sin amor. Un Maradona sin drogas, un Andrés sin pasión, o una Daniela sin Andrés.

Mi alma era distinta, mucho peor de lo siempre fue. Por algún instante sentí que era el momento de terminar con este dolor. Caminando sin rumbo me encuentro con una mujer. Me ofrecía un ramo de flores. Yo le ofrecí mi pena, mi eutanasia, mi fatídico amanecer.
Ya era la hora, la muerte me esperaba, me habría la puerta de su casa, me señalaba el lugar exacto donde mi humanidad acabaría. Me recitaba un párrafo de una canción, me comentaba que ella tenía el poder, y que está tan segura de vencerme que por esa razón me había dado la vida de ventaja.

Mi muro nocturno estaba feliz, ya no tendría que trabajar, las putas llorarían mi partida y mi no cancelación de sus servicios, sus cuencas nunca más tendrían el placer de conocer mis labios y mis labios ya no serían mísiles mortales, dispuestos a matar o morir.
La muerte me llamaba, se acercó, tomó mi mano y me llevó a una realidad tan profunda como las cristalinas costas chilenas. Se que la lluvia caerá, para después ver al sereno. Se que mi madre llorará la partida de su oveja negra, quizás mi viejo también lagrimeará recuerdos y no estará en mi entierro mortal.
Solo sé que morí por lo justo, solo sé que al entender el amor debo partir por decir que la letra “A” es sin y “Mor” es muerte, el amor es la no muerte de algo, solo sé que las dos princesas causantes de mi final no sabrán que deje de existir y para ellas solamente seré un mal recuerdo.

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