martes, septiembre 12, 2006

Un viaje sin boletos...



El viernes me hablaron de un tren y de una señorita que partió esperando algo. No supe bien, si ese pasaje comprado en la estación de añosas maquinas ferroviarias, tenía fecha de retorno. No alcancé a dimensionar que era lo que había realmente perdido; dejado extraviado; condenado al olvido o tal vez, nunca tenido. Quizás no me quise dar cuenta...

También mencionaron la metáfora que dice que necesitaban de mi cariño al cien por ciento, para querer al original en un doscientos. Necesitaban demostrarse que el verdadero amado es un tipo de vida sana y ordenada. Con el tiempo me confesaron que aquel hombre es Licenciado en Música.

Al tocar ambos el bajo, pude desembolsar mis besos que se expresan en un par de dedos que digitan los acordes de ese instrumento. Ambos muchachos queríamos ganarle al otro... y me dejé vencer una vez más, para regocijo de esa princesa con cara de bella esperanza.

Sigo pensando que la mirada honesta nunca la recibió de mi parte y los miedos fueron más potentes que los propios temores a un nuevo fracaso o una mentira con olor a entierro. La vida se encargará de mostrarme aquellos errores y me hará partido en la mesa de ajedrez con la princesa descubierta.

Pero la existencia, ineludiblemente me acompaña tras una mesa llena de botellas vacías y risas burlonas. Mi eco me responde, cuando le llamo y, le comento, que esa despedida a las 5:00 de la tarde era para muchos una muestra más en que con Eros y la poesía no se juega.

Y mis pasos nerviosos me siguen a todos lados. Mis disconformes versos son la prueba más ineludible que ya no es hora de mirar para atrás y que hay que comenzar nuevamente la noche que termina.

Y mis aliados pasajeros seguirán brindando por las partidas y las despedidas que no son de ellos. Mis amigos del norte verán en mí, a un hombre cansado y desolado por perder lo que jamás tuvo. Por tratar de alcanzar un planeta que llora por el amor que se repite en cada paso y en cada momento.

Cada día la banda sonora que elegí para recordar aquellas miradas enamoradas se apaga y le da pasos a los silencios nefastos que se escuchan en el cielo y el averno. La mirada desordenada por alcohol, es mi única forma expresiva. Debo confesar que estoy cansado.

Las luciérnagas apagan su brillo como se apagó el mío propio, y le dan paso a una nube negra que se comunica en un idioma que desconozco. De más está decir, que los relámpagos los escucho al lado derecho del hemisferio cerebral; porque el izquierdo está muerto.

Mi teléfono no ha parado de sonar desde que emprendí aquella huida silenciosa y a pie. La calle Vicuña Mackenna conoce bien de mis pasos. Como la conocieron muchos de los jóvenes combatientes que fueron emboscados en la época más desgraciada de este país.

La esquina de Diagonal Paraguay, el lunes me mostró la realidad. Una sonrisa y muchas palabras al viento, después de aquella visita histórica, fueron lo que necesitaba para entender que ese pasaje del tren, lo boté después de cómpralo y, ya no lo necesito.

3 comentarios:

Lilo dijo...

hey... venir acá, sorprenderme y maravillarme, es una misma cosa.
Pero siempre me queda el sabor amargo de no saber, que tanto de ti y de pocas esperanzas ahí en esto.
Te quiero mucho, primito...
y aún nos esperan las cervezas adeudadas.

Anónimo dijo...

Quieres ser mi maquinista?

"La del biejo barrio"

Anónimo dijo...

yo tenía un par de boletos. Uno de ellos era para mi, el otro para ti.

Nunca lo quisiste ocupar, y eso me parece bien.

sólo quiero decirte que eres un hermoso hombre, bueno, solidario, y principalmente correcto.

me quedo tranquila, porque traté de darte lo mejor de mi. Y tú sin duda, me entregaste lo mejor de ti.

Cuidado con esas perfidas que destrozaran nuevamente tu vida, y si cambias de opinión, las llaves están en la conserjeria.

Besos por siempre.

Denisse.