domingo, septiembre 03, 2006

Carta a Elizabeth y Renato...

Dedicado a mis Padres, que me lo han dado todo... y jamás me lo cobrarán.

Viejos: el día que los vea mayores y ya no sea yo, tendré paciencia e intentaré entenderlos, porque y quizás cuando los advierta comer, se ensucien; cuando vea que ya no pueden vestirse con la pericia de antaño tendré paciencia, porque recordaré las horas que pasaron enseñándomelo.

Si hablando con ustedes me repiten las mismas cosas, no los interrumpiré y solamente les escucharé. Recuerdo que de pequeño, a la hora de dormir, me tuvieron que leer El Principito mil veces hasta dormir.

No me avergonzaré cuando no quieran ducharse, ni les bregaré por aquello, porque memorio no haber sido el niño más limpio del salón y que ustedes, debieron corretearme muchas veces para ducharme.

Cuando vea vuestra ignorancia sobre las nuevas tecnologías, prometo darme mucho tiempo para contarles y explicarles para que sirve cada botón. Fueron ustedes que me explicaron tantas cosas... Comer bien, vestirme o atarmeme los zapatos. Ustedes me enseñaron como afrontar la vida. Muchas cosas son producto del esfuerzo y la perseverancia de los dos.

Cuando la memoria les sea frágil o el hilo de nuestra conversación no sea fluido, les daré el tiempo necesario para recordar. Y si no pueden hacerlo, entenderé que lo importante no era la plática sino que el estar con ambos.

Si les falla el apetito, será producto del cansancio; nada más que eso.

Cuando recorriendo nuestras calles y sus piernas cansadas no les dejen caminar, prometo extender mi mano de la misma manera en que lo hicieron cuando di aquellos primeros torpes pasos. Y si me confiesan que ya no quieren vivir, prometo no replicar nada. Quizás, algún día entenderé que no tiene nada que ver contigo, ni con tu amor, ni con el mío.

Sabré que a vuestra edad ya no se vive, sino que se sobrevive.

Algún día descubrirán que, pese a mis errores, siempre quise lo mejor para ambos y que mi única lucha fue intentar preparar el camino que ustedes debían recorrer.

Será difícil no sentirse triste, enfadado o impotente por verlos de esa manera. Juro ante un Dios que no me quiere, el estar a su lado, así como lo hicieron cuando empecé a sobrevivir.

Ahora me toca a mí acompañar a mi padre en su nuevo trabajo y hacer la fuerza que él haría; ser el compañero de mi madre en lo que me pida. Ayudarles a acabar el camino, con amor y paciencia.

No espero que me paguen con una sonrisa y con el inmenso amor que siempre he sentido... ese trabajo es mío.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Renato amigo.. tu cuento ya está publicado en poliedro.cl

y pronto estará el link a tu blog..

Saludos

Lilo dijo...

ERES GRANDE PRIMITO, LO MAS GRANDE...
Y PARA QUE NO LLEGUE EL DIA EN QUE DIGA POR QUE NO DIJE ESTO O AQUELLO...
DEBES SABER QUE ERES COMO EL HERMANO MAYOR QUE NUNCA TUVE, QUE ME CUIDO Y ME ACOMPAÑO.
QUE GUARDO MIL HERMOSOS RECUERDOS DE NUESTRA INFANCIA Y TE RE QUIERO Y LEER COSAS COMO ESTA ME EMOCIONAN, AUNQUE SUENE CURSI.
Y ME SIENTO ORGULLOSA DE SER TU PRIMA... ¿LA REGALONA? JAJA.

Anónimo dijo...

hermosa historia....

Anónimo dijo...

Me alegro que le dediques unas líneas a tus viejitos.

Toda la razòn en las palabras que he leído esta noche. Ellos, tarde o temprano se transforarán en unos chicos y nos va a tocar cuidar de cada uno de ellos, y tendremos que tenerles el doble de paciencia que ellos nos han tenido a nosotros.
Ahi está el devolverles la mano con el mismo amor.