miércoles, mayo 03, 2006

A veces creo no entender ninguna de las historias que me han contado en la calle. Constantemente camino esperando respuestas que tampoco llegan. Me pregunto si aquellos individuos creen en los amores a primera vista. Yo siempre me he preguntado si existen otros.

Hace unos años viví una de esas historias de adolescentes que aman a solo una mujer. Las demás no existen, no son nadie. En un bar de Santiago de Chile, un hombre tomaba una cerveza y me contaba el siguiente cuento:

Yo, me enamoré de una ventana. Trabajaba en el octavo piso de un edificio, muy cerca de su hogar. Un día estaba con la mirada perdida por el smog de esta contaminada ciudad, cuando bajó la mirada del cielo a la calle, o más bien del smog al cielo, y allí estaba ella.

La dulce muchacha (obviamente su nombre es otro, de belleza soberbia, de mirada perdida; de putos modales, de nefastos comentarios; de presencia mal herida, de tonteras cómplices. La más linda de todas. Y la más perversa también.

Cruzaba la calle y a su paso se detenía toda la ciudad. En un solo instante su chaleco rojo intenso, mostraba a los transeúntes que ella no era nadie más que una muchacha solitaria. Que buscaba lo que jamás encontró, que miraba sola desde la calle, aquellas propias historias de penas. De muertes.

En frente, había un edificio que se encontraba en obras y todos los maestros paraban su acelerada construcción simplemente para verla pasar. Para observar a aquella niña mujer. Y los martillos dejaban de sonar y se transformaban en una dulce melodía para los oídos de ellos y de todos. Era una señal de modestia, de sueños y también de cansancios. Aquellos maestros en la obra paraban su trabajo y los piropos no aparecían por respeto a lo que significaba esta mujer de caminar errante y putos modales.

Un trabajador estuvo tentado en lanzarle desde lo alto de aquel futuro edificios de departamentos, un ordinario piropo, entonces el que estaba al lado le dio un codazo para que aquella escena no de diluyera por la estupidez varonil.

Tal era el silencio litúrgico que producía aquella muchacha que escribiendo está crónica lo siento venir desde la vereda de enfrente a mi hogar. Y la música del mismo trovador a dejado de sonar. Creo que el también la mira.

Y mi amigo se quedó embobado mirando a esa dama; que imaginó iba a lo suyo, pensando quizás en aquellos adoquines olvidados de la época colonial. O tal vez de los amores no correspondidos. O que se yo...

Se quedó embobado mirando a aquella mujer como se devoraba a la ciudad en su lento y cadencioso caminar. Y supo que nada sería igual.

A la mañana siguiente, y luego de haber estado toda la noche pensando en ella, mi amigo se asomó a la ventana y allí la encontró, y aquella cita era diaria, aquella cita se convirtió en una obsesión para mi amigo. Claro está, pues él jamás había sido correspondido por una señorita. Jamás había podido contar la más hermosa de las historias.

Mi amigo se asomaba a la ventana justo y siempre a la misma hora en que la dulce Muchacha caminaba y pensaba bajo el smog de santiago, que nueva experiencia le depararía su nuevo trabajo en el restorán de la esquina...
...Continuará

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