sábado, abril 29, 2006

Daniela y Huatatin... (Una historia de princesas y payasos)


Hoy imaginé que era mujer...
Pensé además, que lugar sería bueno para buscar una historia para este blog; pensé en la forma del texto, los matices de mi escritura y cuanto quería emocionar. También pensé en que dicho lugar me diera varias historias reales, de esas que me gustan y que emocionan hasta lo más adentro del ser.

Pasó y pasó la semana y mis resultados eran nefastos, no había ninguna historia que me llamara la atención. No había ni siquiera un cuento del cual pudiera sacar algo, aunque sea una historia de mentiras.

Me paraba las mañanas completas en distintos lugares del caótico Santiago y nada, ni una miserable historia.

El jueves, nada; el viernes tampoco. A esa altura de la semana debo reconocer que estaba bastante decepcionada de mí por no encontrar un digno lugar ni a una digna persona y sin pensarlo dos veces, me fui a tomar una gratificante cerveza. Cosa que me enseñaron mis compañeros de universidad.

Fui a la “House of Rock”, ese local ubicado en la calle Irarrázabal con su singular forma (es una casa inclinada); me encontré con gente que no veía hace muchos años, el problema era que esos sujetos no son muy interesantes, además sus historias son monótonas y lateras, como la de una amiga con nombre costoso...

Luego de escuchar varios temas de la banda que en ese momento tocaba, me interesó la soledad que tenía un muchacho de aproximadamente 20 años.

El tipo era delgado, bastante pálido, pelo largo y despeinado. A esa altura de la noche cuando la lucidez es una invitada que ya se despidió, sin darme cuanta estoy a su lado brindando.

La conversación era fluida y su apodo “Huatatin”, así es como a él le gusta que lo llamen. Aunque su verdadero nombre lo supe con el tiempo, en esta historia, Alfredo será Huatatin.

Su canción desesperada, le dice solo “Te quiero”. Te quiero mucho más que a su propia locura, que a esta altura de su vida es lo único de él. Su manifiesto. Su obra maestra. Su legado. Su obsesión.

Quiso que ella y su hija fueran la razón de su ser, su luz, su droga, su querer y su odiar. Sus propias mentiras, su escenario que será tomado por el director de la obra y el dueño del boliche; de las cortinas y de los tablones.

Hasta este momento la noche me parecía bastante singular, básicamente se trataba de un muchacho que ahogaban sus penas en alcohol y una joven señorita reportera que trataba de escribir. O de vivir un poquito más.

Escuchábamos “Blues” y mirábamos a las nenas y los nenes que estaban sentados con sus novios y novias. Como remediando nuestra mala fortuna. Nuestro llegar tarde.

Lamentablemente para mi nuevo amigo, su realidad es triste. Él trabaja en distintas esquinas de Santiago haciendo malabarismo, con pelotas, diábolo, zancos o palos chinos. El se gana la vida con la sonrisa de incólumes conductores, que en algunos casos, no bajan la ventanilla de sus adinerados bolsillos, para regalar una moneda. Para cambiar un trozo de pan por una sonrisa.

La obsesión de mi protagonista se llama Daniela. Ella es una princesa del barrio alto, vive con sus padres en una formidable casona en la calle Colon, casi llegando a Manquehue. Ella no sabe lo que es cambiar un pan por una sonrisa. No sabe aún lo que es vivir.

Pero como todo pasa por algo y más tarde que temprano está historia estaba destinada, en un semáforo de ese adinerado pueblo, se conocieron.

Se conocieron en una esquina, ella manejaba su Jeep y él juntaba peso tras peso para pagar su comida diaria. Demás está decir que el flechazo fue instantáneo, ella se paseaba caminando para ver los trucos de mi amigo. Y el se creía el mismísimo payaso “chirola” haciendo reír a los transeúntes.

Cuando él me contaba su bella historia de amor, no pude dejar de no acordarme de una de las tantas telenovela del canal TVN que se transmitió hace un tiempo (Puertas adentro).

Es la misma historia reflejada en un basurero y una niña cuica, juntados por el “Hip Hop”. Acá era por el malabarismo. Por el hambre y el pasar feliz. Por los harapos y los trajes Zara. Por una vida de perro vago y de princesa enamorada.

El Huatatin sé la estaba pasando realmente mal. Cuando me contó esta historia, mi amigo insiste en invitarme otra cerveza para alargar la noche- según sus propias palabras-, yo accedo gustosa porque veo en él, la necesidad imperiosa de comunicarse, de poner en práctica esa regla que dice que al momento de comunicarnos con otra persona ambos aprendemos.

Él tiene ganas de hablar, de llorar, de contar sobre su soledad, de contar sobre sus trancas sociales, de contar sobre su vida, de presentarse aunque sea en el relato a su amada Daniela.

- La Daniela no me quiere, era lo único que repetía. Lo hacia con los ojos vidriosos, quizás por el alcohol. Quizás por lágrimas, combinadas con alcohol.

Yo por mi parte ciento ganas de tener las palabras adecuadas para que a esa altura de la noche, mi amigo pase el mal rato que le está regalando su destino. Su inevitable destino.

Se nota que mi nuevo amigo se inventó un sabor que no tenía, un llamado que no hizo, una cadena perpetua y un destierro en su corazón. Se inventó un dolor desconocido, un millón de amigos, que era un gran bailarín, y que vivías frente a ella.

Inventó también un calor sin sudor, inventó que sus labios le sonreían y le mostraban una atadura de sentimientos.

Se inventó que sería un buen comenzar el mes de los gatos, observó una fotografía y un camino a su corazón.

El Alfredo es un muchacho callejero, se nota que desde siempre a tenido que luchar para comer, vive solo por causa de una discusión que lo hizo salir de su casa para no volver...

Para dormir con los perros que son sus compañeros más leales, para quizás pernoctar con las estrellas, las que vélan su estadía solitaria y helada en días de invierno. Quizás para en ocasiones conversar con la lluvia o con su hambre.

Momento en que seguíamos conversando y brindando por los no amores, Alfredo me dice:

-
La muerte me llamaba, se acercó, tomó mi mano y me llevó a una realidad tan profunda como las cristalinas costas chilenas. Sé que la lluvia caerá, para después ver al sereno.

Y continúa diciendo:
- Mi alma era distinta, mucho peor de lo siempre fue. Por algún instante sentí que era el momento de terminar con este dolor.
Ahí comprendi todo...
Nos despedimos con un largo abrazo, eran cerca de las cuatro de la mañana. Nos prometimos volver a vernos, quizás en alguna esquina o en algún bar. Tal vez en sus historias o en las mías.
Las fantasías son un buen motivo para volver a soñar, para volver a vivir.

La verdad es que eso es todo un misterio, la verdad es que no estoy segura de volver a encontrarme a este tan particular he itinerante amigo. Su caminar fue rápido, renco, su bolso multicolor hacía resplandecer su apresurada silueta.

A lo lejos veo que acaricia a un perro, se gira y me levanta la mano en señal de amistad.

Lentamente su delgada silueta comienza a desaparecer, yo por mi parte, debo también volver a mi casa. La noche fue maravillosa, escuché blues, tomé cerveza, hice un nuevo amigo, hablamos de sueños y promesas rotas.

La verdad es que ahora, un día después de este suceso, la resaca me esta matando. Como no, si jamás había bebido una gota de alcohol. Ya me he tomado varias aspirinas para matar este horrible dolor de cabeza.

Hace unos momentos fui a mi chaquetón que dejé colgado en el armario, y de el saqué mi grabadora. Nunca la apague, tampoco quise que el "payaso" la viera, mi deseo era que la conversación y los sentimientos no estuvieran sujetos a ese útil pero cohibidor artilugio.

Quise que los sentimientos fueran sin maquinas, ósea netamente sentimientos. Hubiese sido como matar la noche. Coartar la oportunidad que me daba el periodismo de sentirme por primera vez una chica mala. Una mujer rebelde. Una de esas que disfrutan en lugares en donde se encuentran las más interesantes personas.

Me acordé que alguien me dijo que las mejores gentes se encuentran en los peores antros. Aprendí un poquito más que la vida no es simplemente que te regale manos, flores o presencias.

Nunca le mencioné que su historia sería guardada en un cassette de 120, porque realmente quedó guardada en mi inexperto corazón.

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