sábado, abril 07, 2007

Memorias y Eutanasias


Rememoraba diversas historias desde el último de mis encuentros. Fue hace dos semanas cuando caminando por el Parque Forestal, acompañado por mis cigarrillos, una botella de agua mineral sin gas, mi inseparable bolso y la eutanasia de mis propios amores apareció Ximena.

Ella fue una de mis musas de juventud. Y digo juventud porque de eso ya a pasado mucho tiempo. Caminaba de la mano de su pequeño hijo.

Nos saludamos cariñosamente. Besé su mejilla y jugué un rato con ese infante, no sin antes hacer lo que habitualmente hago con ellos... ensuciarlos con golosinas.

Quedamos de vernos para hablar un poco de nuestras vidas, contarnos que habíamos hecho el uno y el otro tras esa separación dolorosa y agobiante de aquel momento.

Ella era hermosa y lo sigue estando. Ella es pequeña y de pelo largo, liso y muy negro. Ahora está hecha toda una “mamá”; profesional de las pedagogías, con el pelo corto y echa una adulta.

Antes soñaba despierta, cantaba en voz alta, amaba sin tapujos y yo era el único problema en su vida. Antes nos creíamos dos infames adolescentes que tras un beso y una caricia podíamos cambiar nuestro destino. Un par de Romeos y Julietas que se pasaban por debajo de los pies a sus familias, amigos y estados mentales.

Antes pensábamos que lo racional era desinformación. Ahora hay muchos más.

Cuando toda esa historia murió, recordé cuantas farsas han pasado entre mis brazos. Cuantas damas se transformaron en lo contrario. Cuantos besos en alcobas clandestinas fueron los mejores besos dados.

Recordé cuando la droga era una nueva forma de jugar. El sexo no tenía amor de por medio y la fidelidad era una extraña palabra que sólo aparecía en el diccionario.

Perpetué esa población en los límites de las comunas de Peñalolen, Macul y La Florida. Se llama “Alberto Larraguibel”, bautizada en honor al capitán de Ejercito que saltó junto a su caballo “Huaso” una de las proezas máximas para la equitación chilena.

Creo ser un reo de esos recuerdos, porque no sé que hacer con todo aquello que está guardado en alguna parte de mi razón. No sé que soluciones fueron las encontradas tras el olvido inevitable de la adultez. Me preguntaba sobre la posibilidad de echar pie atrás y volver a ser ese malcriado y destemplado personaje que tras palabras diferentes, cosechaba caricias guardadas sin respeto alguno.

Todos hemos crecido lo suficiente y la vida mal oliente le hace asco a esos calendarios que ya dieron vuelta la hoja. Hago repasos de esos sueños inocentes de caricias inocentes y me doy pena por no volver a poseer casualmente esos muslos que gritaban inmovilidad por el nervio que poseían. Ha pasado mucho tiempo como para tener ganas de juntarme con Ximena.

Nunca llegué a nuestra cita. No era necesario porque mi vida está mejor así, llena de eutanasias.